Luisito ya es sesenton



Por Fernando Vivas Sabroso

Luis Hernández cumpliría hoy 70 años si, según la leyenda que se debe revisar, no se hubiese tirado a las vías del tren el 3 de octubre de 1977. Su poesía está más viva que nunca Los hechos y la gente, de verdad y de cción, que pueblan nuestra memoria Tiene todo lo que puede conquistar hasta a gente de gustos populacheros y perezosa para leer poesía, como yo: es divertido siendo desgarrador,melómano y cinéfilo, juguetón y reciclador antes que eso se pusiera de moda, más tierno que maldito, más cariñoso que romántico, apolítico cuando nadie lo era aunque subversivo desde que dejó de publicar y regaló cuadernos manuscritos a sus amigos. Además, fue médico titulado, astrónomo aficionado, fan de los Beatles, Beethoven y Billy The Kid y creador de Shelley Álvarez y Gran Jefe Un Lado del Cielo.
Luis Hernández lleva casi cuatro décadas como poeta de culto y algo menos como autor consagradísimo: tiene exégetas que compiten entre sí y pronto su obra –me cuentan sus hermanos Max y Carlos– será publicada en inglés por el crítico literario Anthony L. Geist. También tiene biógrafos y el más reciente y minucioso, Rafael Romero Tassara (“La armonía de H”, Jaime Campodónico Editor, Lima, 2008), puso en duda la leyenda de su suicidio: No se puede afirmar que escapó de la clínica García Badaracco en Buenos Aires para tirarse a la vía férrea en la estación Santos Lugares; y menos que fue víctima casual de una operación militar. Pudo ser un accidente o una temeridad autodestructiva, pero, en cualquier caso, estaba a pocos días de ser dado de alta y reencontrarse con su familia y Betty Adler, su pareja.
Su muerte a los 36 años, tras las depresiones y adicciones que padeció en sus últimas temporadas, le dieron, para quien quiera verlo así, aura de autor maldito, y no faltaron amigos que cuestionaron la decisión de la familia y de Betty de llevarlo a Argentina cuando en Lima le esperaba, quizás, alguna utopía curativa. En 1987, asistí a mi amigo Edgardo ‘Cartucho’ Guerra en su cortometraje “Luis Hernández: una impecable soledad” y oí la más conmovedora de esas utopías en boca de Teodora Horna, la nana a la que quiso con cariño filial y cuya sala garabateó con poemas. Mientras una velita misionera ardía ante la misma foto de Lucho que domina esta página, Teodora nos contó del proyecto de llevarlo a una chacra de su familia en Cajamarca (Cartucho promete que digitalizará su copia en 35mm para difundirla). Pero fue a Argentina y esa decisión de quienes lo querían bien, según todas las voces de la familia que entrevistó Romero, la hizo suya porque quería sanarse.
Pues hoy quiero imaginarme cómo sería, entrando a la base 7, el autor de este identik que más de una vez he robado para mí, que para eso están los poemas que a uno le gustan:
“Soy Luisito Hernández/ CMP 8977/ex campeón de peso welter/ Interbarrios, soy Billy The Kid, también/ y la exuberancia de mi amor/hace que se me haga un nudo en el pulmón”. Aunque prefiero la variante ‘en el plumón’, que consta en otros cuadernos porque la poesía de LH es interactiva desde antes que tal concepto existiera.

SETENTA VELITAS
¿Cómo te lo imaginas a los 70?, le pregunto a Carlos, su queridísimo hermano menor, con quien jugaba a las ‘condicionales’ y al ‘pozo de la impiedad’’ (forcejeaban, muertos de risa junto con Max, a ver quién caía al espacio oscuro entre la cama y la pared). “Igual, pero creo que lo comprendería mejor. Él era una especie de radar muy sensible para el mundo. ¿Sabes qué sueño? Lo veo explicándole a mis nietas las constelaciones”. Y añade algo que me da una punzada de nostalgia: “Le hubiera afectado la destrucción de La Herradura”. Lucho es un poeta de alcance universal, que nadie lo dude, pero es el bardo oficial de la mejor playa limeña, de su “sol lila” y sus “cromáticos yates”. ¡Que la alcaldesa Villarán no lo defraude con la anunciada remodelación!
Le hago la misma pregunta, por correo, a Rafael, su biógrafo, que ahora vive en Dublín: “Hubiera elegido continuar usando papel, pero también hubiera incursionado en el mundo de los soportes multimedia. No sabría decir de qué manera, pero seguro le habría dado un viraje impensado, hermoso, lleno de vida”.
Le comento a Carlos este apunte de Rafael y me dice, risueño y refunfuñón. “Tal vez tendría un blog, pero twitter, ¡no!”. Y se me ocurre que lo que Lucho hizo cuando desperdigó sus cuadernos fue crear una red social de amistades y disidencias juguetonas. Hasta que murió y para pensar en la muerte nos dejó algunos versos: “Y sé hacia dónde voy/ pues voy herido por la espalda”.

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